domingo, 10 de octubre de 2010

Cámara Gesell

Dentro de las distintas personalidades que imaginaba podían llegar al escenario de la tutoría, se presentó la que menos esperaba. No sé si tiene que ver el hecho de ser el primero o el último, pero son situaciones diversas e imaginativas que estamos obligados a enfrentar.

Categorizando las primeras prácticas de mis compañeros y las excelentes actuaciones de Daniel, quien parece ser un tutor experimentado, se presentaban etapas conocidas del proceso de escritura con diferentes personalidades. En la mayoría de los casos, la diferencia entre asesorías radicaba en las actitudes de quien visitaba el centro.

Cuando llegó mi turno, pensé que venía de nuevo Daniel con otra forma de ser. Ese fue el primero de los cambios que llamó mi atención, pero que no desconcentró la estructura que normalmente uno tiene preparada ante cualquier tipo de eventualidad. El problema realmente vino después. Creo que lo saludé con amabilidad y lo invité a que se sentara; me presenté e hice que me comentara alguna información sobre él. Traté de generar un buen ambiente, de escuchar atentamente lo que me decía, y de mantener un contacto directo para generar la confianza requerida. Su tema de consulta era por la revisión de comas y verbos en pasado; afirmaba tener en perfecto estado el texto en su estructura. Esto fue sorpresa en la medida que ese tipo de problemas ortográficos son los que se revisan al final del proceso. El hecho de no tener un texto real implicaba también un cierto grado de subjetividad en los comentarios.

Comencé preguntando sobre el tema del escrito, y el estudiante me respondió que era sobre literatura latinoamericana. El error en este punto fue no haber indagado un poco más sobre el objetivo del escrito, aunque se lo pregunté directamente durante el diálogo. Debí haber establecido o sugerido un proceso de revisión general y no uno específico como lo pretendía el estudiante. Mi tarea debió consistir en la recomendación de acciones como la verificación de los argumentos, el orden del texto. Preguntas que me respondieran al enfoque del escrito para observar si en el texto el estudiante analizaba, comparaba, relacionaba, describía, si respondía a el por qué, a cuántos, al dónde, al qué y al cómo, debieron marcar los pasos de ese momento. Todo esto buscando dilucidar en lo dicho por el estudiante, su participación y conocimiento sobre el tema, centrar el contenido del escrito.

Como no había un texto de ejemplo, resultaba un poco difícil inventar sobre la marcha qué problemas podría tener el texto; ante lo que procuré que el estudiante leyera lo que había traído. Luego de unos segundos de vacilación en su lectura silenciosa, logró improvisar algunas palabras que daban cuenta de una frase pequeña.

Auspiciar un análisis estructural y de contenido sin el material, fue el problema principal. En ese momento, el hecho de no tener algo claro sobre el papel me llevó a asumir que el contenido del documento estaba bien. Lo único que me restaba era responder a la inquietud que trajo desde el principio: la ortografía. De nuevo me encontré maniatado en cuanto el papel de la simulación trataba sobre el transporte y nada tenía que ver con el tema propuesto dentro del contexto presentado.

Después de unos cuantos segundos, el estudiante me preguntó si podía dejarme el documento para mandárselo corregido por correo. Este me parece que fue un punto a favor en razón a que le expliqué que resultaba conveniente que él fuera el que transformara y mejorara su texto; que el objetivo de su presencia en el centro era la de aprovechar el tiempo de la tutoría. Finalmente tocaron a la puerta y quise programar una nueva asesoría para la revisión del texto. Me despedí cordialmente y abandoné el recinto.